Crítica: Radiohead, «Just». Dir: Jamie Thraves.

A estas alturas resultaría extraño calificar el concepto videoclip como puro movimiento comercial o de promoción (aún siéndolo todavía en esencia), más cuando a raíz del medio han surgido toda una caterva de realizadores al igual que del medio televisivo en los años sesenta: si por aquel entonces fueron los Frankenheimer y compañía los que dieron el salto al cine con el consabido desprecio y reticencia, hoy son los Jonze, Gondry, Romanek, Tarsem, etc. los que intentan hacerse un hueco sin abandonar sus raíces videocliperas.

A tenor de esto, se me va a permitir una pequeña reflexión al respecto: todos estos realizadores cuentan con el aprecio/desprecio de los círculos críticos esgrimiendo por ambas partes razones que, si bien resultan válidas, no hacen otra cosa que menospreciar el mundo del videoclip, al igual que en los sesenta trascender de la televisión significaba superarse. La sensación de que dirigir videos musicales es un campo menor donde expresarse poco ayuda a todos estos realizadores, bien porque se sobrevaloran perversiones entre ambos medios en hora y media –Be Kind, Rewind (2008), Michel Gondry- o se menosprecian sinceros intentos de clasicismo sin rememorar cualquier antecedente en el mundo de la música –Birth (2004), Jonathan Glazer-. El resultado, al final, es la percepción del videoclip como un elemento menor por donde es necesario pasar para conseguir aspiraciones mayores.

En todo este tinglado existen pocos realizadores que hayan dado muestras del videoclip como elemento único, un bloque narrativo perfecto donde poder expresarse sin resultar simple, inconcluso o esteticista; videoclip como una forma tan válida como cualquier otra de narrar historias y marcarse un objetivo sin tener ínfulas de trascender a otros medios (y me viene a la mente el mundo del cortometraje español, pero esa es otra historia). Jamie Thraves podría considerarse uno de sus máximos exponentes, dándonos obras imperecederas tales como Charmless Man (Blur, 1996),  So Why So Sad? (Manic Street Preachers, 2001) o The Scientist (Coldplay, 2002), videos de los que se hablarán en sucesivos posts por su carácter narrativo sin llegar a lo cinematográfico.

Just significaría un espaldarazo definitivo, tanto por las circunstancias de su salida (en poco tiempo, el tema se convirtió en una de las referencias de la llamada música Indie) como por el video que lo acompañaba: una pequeña fábula de gigantesco mensaje, alejado del esteticismo imperante por aquel entonces, destinado a los líderes de las bandas sin molestarse en dar empaque alguno al conjunto audiovisual.

El video muestra a la banda tocando desde un piso londinense, presumiblemente en la misma calle donde se desarrolla la historia, donde York puede ver en todo momento la acción. Con pocos recursos estilísticos, Thraves se gusta en mostrar al grupo; en cambio, la fábula del hombre que camina por Liverpool Street es enseñada, gracias a la fotografía y a los tiros escogidos, como si fuera un gigantesco estudio, un pequeño ejercicio cinematográfico bien economizado en planos y con un montaje bien sencillo, sin estridencias y elegante. Este hombre que cae en el suelo sin motivo aparente, que no cambia de expresión y que no deja de dar largas a todo aquel que intenta ayudarle, podría estar pensando en la propia canción mientras está tumbado; la letra del tema se trata de toda una reprimenda existencial que se ve potenciada por el duelo de egos entre York y Greenwood (reconocido por ellos, una auténtica batalla de acordes). El video consigue mantener la tensión de las sucesivas excusas que da el hombre al creciente gentío sin recurrir a efectismos baratos ya que, al igual que en Charmless Man, se demuestra que un buen actor ayuda siempre.

El tan comentado momento final, cuando tras mucha insistencia, el hombre decide dar la razón del por qué está en el suelo ante la insistencia del grupo que le rodea, sigue siendo motivo de discusión acerca de qué dice exactamente: tanto el grupo como Thraves nunca se han pronunciado al respecto (si necesitaras escuchar lo que dice, probablemente también te tirarías al suelo, dijo el realizador), además de resultar tan banal y absurdo el encontrar una explicación coherente: como buen McGuffin que es, lo que dice carece de toda importancia en comparación a la repercusión que tiene, en este caso, el inmediato mimetismo del resto que lo observa. A pesar de las súplicas del señor, a pesar de las advertencias; termina cediendo y lo suelta, y eso provoca la reacción en cadena, y quizás eso que suelta y que provoca que todos nos tiremos al suelo sea esa frase que jamás debamos escuchar el resto de nuestros días.

O que sí tengamos que escuchar para comprobar hasta qué punto somos capaz de mantenernos de pie.

O alguna mierda de esas.